02 junio 2008

Del (no) saber y del poder



Se rieron mucho, sobre todo los más veteranos de su partido, cuando la recién estrenada consellera de Cultura reconoció que “No sabía qué hacer con el Teatro Romano de Sagunto”. A priori no faltaban motivos para el bullicio puesto que sus antecesores habían esquivado el tema durante 17 largos años y la inocente respuesta hacía temer lo peor. Contra todo pronóstico, Trinidad Miró, profesora de danza de profesión y con poca experiencia en la política de altos vuelos, supo afrontar su ignorancia con sensibilidad y sin complejos, consultando a quienes más sabían sobre el tema. Siguiendo las indicaciones de los más doctos convocó una comisión interdisciplinar y, además, consiguió reprimir la inicial tentación de enrocarse en el tradicional autismo de quienes ostentan la mayoría absoluta. Aquella rectificación, que permitió la incorporación en última instancia de la Academia de Bellas Artes a una comisión en la que legalmente no resultaba imprescindible, es la que, de forma paradójica, más credibilidad otorga al dictamen final. Una resolución que, con toda la razón del mundo, solicita la inejecución de una sentencia que con el paso del tiempo ha quedado desfasada. Y aunque el caso aún no está definitivamente cerrado, pues falta que el Tribunal Supremo de Justicia de la Comunidad Valenciana atienda esta nueva propuesta, sí que sirve el ejemplo para recordar que el primer paso hacia la sabiduría está en el reconocimiento de la propia ignorancia, tal como el maestro Sócrates enseñaba a sus discípulos cuando afirmaba: “Sólo sé que no sé nada”.

En el extremo opuesto de este fecundo “no saber” se encuentra el dudoso mérito del Consell Valencià de Cultura (CVC) cuando insiste en destacar, en su memoria anual, que Valencia está llena de esculturas más bien feas. El problema, en este caso, no radica en que el diagnóstico sea errado, dado que son muchos los elementos ornamentales y monumentales que resultan cuestionables en nuestra ciudad. El conflicto surge porque, siendo acertado el análisis, en las conclusiones no se proponen fórmulas susceptibles de prevenir futuros desmanes y, en el peor de los casos, se limitan a reclamar quirúrgica vendetta sobre lo que ya está comprado, instalado y pagado. Otro despilfarro, que se superpondría sobre el primero, sin otro beneficio visible que el de vaciar unos espacios que muy pronto se querrán volver a decorar –y sin ninguna garantía de verdadera mejoría.

Es todavía posible, sin embargo, impedir una nueva muestra de inculta barbarie, puesto que la destrucción del histórico barrio del Cabañal aún puede paralizarse. La batalla legal ha concluido de forma favorable para el Ayuntamiento de Valencia pero, como en el caso del Teatro Romano, la posesión de la razón judicial no evita que esa actuación sea, ahora mismo, una absoluta e innecesaria aberración (no sólo) estética. En este aspecto me gustaría escuchar la voz de los cultivados miembros del CVC, de la actual consellera de Cultura y de todos los que teniendo el suficiente conocimiento y sensibilidad, así como la capacidad real de aconsejar sinceramente a la alcaldesa, pueden y deben intentar que el conjunto de los valencianos no pierda una parte importante de su memoria colectiva. Nuestra ciudad no será mejor, ni más moderna, arrasando completamente los poblados marítimos; y el prestigio personal y político de Rita Barberá no saldría perdiendo, sino ganando, en caso de rectificar a última hora su postura.

* United artists from the Museum

Domingo Mestre

United artists from the Museum

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo análisis. Lúcido y sereno como pocos